miércoles, 21 de febrero de 2024

OPOSICIÓN Y RESISTENCIA

 

“Las ciencias, cada una de las cuales
se esfuerza en su propia dirección,
hasta ahora nos han perjudicado poco;
pero algún día, la unión del conocimiento disociado
abrirá perspectivas tan aterradoras de la realidad
 y de nuestra espantosa posición en ella,
que, o nos volveremos locos por la revelación,
 o huiremos de la luz mortal
hacia la paz y la seguridad de una nueva era oscura."
H.P. Lovecraft


 LA GUERRA CULTURAL 


Resistencia y Oposición

Somos la Resistencia

Lo digo de entrada: no creo que el término “oposición” defina correctamente la posición de quienes tratamos de lograr una interpretación válida y coherente del espacio político y nos negamos a aceptar a libro cerrado lo que se ha dado en llamar lo “políticamente correcto”. Más bien creo que, en términos generales y especialmente para quienes no tenemos una representación institucional con real poder político, el término más apropiado sería el de resistencia; un concepto que, por supuesto, incluye el de “oposición”, pero más que antagonismo a un gobierno, el concepto de resistencia  presupone esencialmente la negación activa de todo un sistema; ya sea que se trate de una resistencia a las imposiciones de un determinado régimen o bien (y eventualmente también) de una resistencia a los postulados ideológicos y éticos que definen los criterios de decisión del sistema en el que dicho régimen se inscribe.

Lo que comúnmente caracteriza a las agrupaciones de “oposición” al modelo liberal, incluso en el caso de los llamados “conservadores”, es una interpretación bastante superficial de lo que podríamos llamar la “resistencia posible” o, mejor dicho, la resistencia estimada posible dentro de lo que se evalúa como una oposición tolerada. En otras palabras: es una resistencia limitada por las concesiones consideradas admisibles para no ser proscripta, reprimida o “cancelada” por el sistema. Ésas son las condiciones cuando, por ejemplo, la democracia se convierte en la dictadura de los demócratas y aplica el conocido principio de Saint Just de “nada de libertad para los enemigos de la libertad”.  Es obvio que, en estos casos, el concepto de “libertad” queda restringido a lo que el sistema permite, lo cual hace que la voluntad de resistencia quede esterilizada. Porque una resistencia tolerada no es resistencia. En el mejor de los casos es apenas el aprovechamiento de algún hueco en el sistema con un grado de eficacia más que dudoso, que requiere como mínimo una enorme dosis de carisma y buena suerte para tener algo de éxito.

No obstante, los movimientos “i-liberales” o “conservadores” que están apareciendo en Occidente, constituyen la punta visible de un iceberg sociopolítico cuyo cuerpo sumergido bien vale la pena analizar para entender el fenómeno. Y esto es especialmente cierto para los países iberoamericanos que, en cierto sentido, han llegado un poco tarde a la era posmoderna y cuyo marco interpretativo – condicionado en buena medida por la experiencia de las clásicas dictaduras y “dictablandas” militares de la región – aun no les ha permitido decodificar completamente la esencia de los fenómenos europeos recientes tales como los de Vox en España, la AfD en Alemania, Marine Le Pen en Francia,  Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orban en Hungría, y varios otros que, o bien ya se hallan en el gobierno, o bien representan masas considerables de votantes.

Lo que sucede es que, sin una interpretación adecuada del fenómeno posmoderno, tampoco se puede interpretar el espacio cultural actual. Y, sin una interpretación clara de lo cultural, tampoco es posible analizar a fondo el espacio político que, en gran medida, siempre está determinado por valores y criterios culturales. Esta falta de comprensión de lo posmoderno es lo que favorece a los medios y a los intelectuales del sistema permitiéndoles caracterizar a los de gobiernos y movimientos poco dóciles al régimen imperante como nazifascistas, dictatoriales, antidemocráticos, feudales y otros epítetos que, en la mayoría de los casos, no son más que intentos de difamación para neutralizar las oposiciones antes de que adquieran capacidad de resistencia real.

Esta táctica, que en lo concreto consiste en aplicarle a lo contemporáneo etiquetas pertenecientes al pasado, pasa por alto el hecho que, si aplicáramos la lógica histórica más elemental, estas etiquetas son tan falsas que no tienen ni siquiera un mínimo de credibilidad. En primer lugar porque las ruedas de la Historia no giran para atrás; por lo que interpretar el presente con esquemas del pasado es la manera más segura de equivocarse y por mucho. Y, en segundo lugar, porque todas esas etiquetas hacen referencia a regímenes pasados que, aun cuando es obvio que pueden ser agrupados bajo algún nombre genérico para su estudio, fueron bastante diferentes entre sí, dependiendo de las condiciones históricas, culturales, éticas – y hasta religiosas y étnicas – de los países en que accedieron al poder.

La táctica de desprestigiar a la actual oposición incipiente con etiquetas del pasado se comprende cuando se entienden dos cosas. La primera es que el sistema imperante necesita imperiosamente evitar que estas oposiciones se conviertan en resistencias efectivas y deriven finalmente en revoluciones. La segunda es que, en el fondo, las oposiciones que están surgiendo en Europa están adoptando precisamente el método político que apareció con el posmodernismo, pero con el signo opuesto.

El posmodernismo


Deberíamos entender qué es realmente el posmodernismo. En Iberoamérica estamos un poco atrasados en la materia. De la época que empezó en 1968 por lo general solo se recuerda el “mueran las heladeras” y el “prohibido prohibir” de las revueltas estudiantiles junto con el “hagan el amor, no la guerra” y el LSD del movimiento hippie que introdujo la droga como vía de escapismo masivo de una realidad que no gustaba. En círculos más “ilustrados” podríamos agregar los remezones de la Revolución Húngara de 1956 y el fin de la Primavera de Praga con la invasión a Checoslovaquia por parte de las tropas del Pacto de Varsovia en agosto de 1968. Todo eso, fue incorporado en el estrato cultural y mediático de nuestra región con una visión apenas románticamente historiográfica de la Historia. No obstante, en las capas superiores de la inteliguentsia occidental apareció una corriente que poco a poco fue impregnando el pensamiento de nuestra cultura con una subversión de valores de tal magnitud que en los últimos años ha desembocado en el transhumanismo como inevitable consecuencia.

La forma románticamente superficial con la que se percibieron los hechos de 1968 ha llevado a muchos a considerar que el pensamiento posmoderno comenzó como un movimiento artístico. Sin negar que efectivamente tuvo un aspecto que (con bastante buena voluntad) podríamos llamar “artístico” – como p.ej. los productos “psicodélicos” del movimiento hippie – lo realmente importante es que ese pensamiento terminó siendo articulado de modo consistente muy por fuera del arte.

La “deconstrucción” cultural

Uno de los que más se destacó en esa tarea fue Jacques Derrida (1930-2004), un filósofo que se propuso enfrentar la cultura occidental desde una posición claramente antitética algo que, por ejemplo, la investigadora Gabriela Balcarce deja traslucir cuando afirma que: "La condición de argelino, de extranjero de una excolonia en el país imperial, y de judío, no ha sido, para la vida de Jacques Derrida, un elemento sin significado” ([1]) Precisamente, el “significado” de esa visión antitética de la cultura occidental tradicional explica por qué Derrida terminó siendo considerado como el padre del concepto de “deconstrucción” y otras nociones expuestas en una prosa tan forzadamente abstracta que resultan difíciles de interpretar y a veces hasta hacen sospechar que son términos que han sido escritos para ser repetidos y no para ser interpretados.  De todos modos, no hace falta mucha suspicacia para descubrir que ese término de deconstrucción no es más que un eufemismo por no decir destrucción o bien, si se quiere, demolición.

El hecho real y verificable es que la idea de “deconstruir” una cosmovisión cuestionando sus valores en forma consecuente y sistemática, conduce a la destrucción de toda la cultura en que esa cosmovisión ha  cristalizado. Por supuesto, en el caso de la cosmovisión occidental, el destruirla ha llevado su tiempo porque el tradicional pensamiento occidental, desarrollado principalmente en la Antigüedad y la Edad Media, ([2]) se fundamentaba en la consecuencia y la coherencia. Precisamente por el poder de la coherencia misma, a los hombres de Grecia, Roma y el Medioevo ni siquiera les pareció posible – y menos aún deseable – considerar una forma de pensar diferente.  

El pensamiento tradicional de Occidente

Una de las características más destacadas del pensamiento occidental fue su coherencia intrínseca. Más allá de aciertos y errores provenientes de las posibilidades de la ciencia de la época, los antiguos y los medievales se preocuparon principalmente de mantener un pensamiento coherente. Eso explica, por ejemplo, el trato que tuvo la idea del heliocentrismo en sí, una idea que al principio se rechazó pero no por una cuestión de fanatismo religioso, ni por una terquedad científica de defensa del sistema ptolemaico,  sino, principalmente, porque Galileo nunca pudo demostrar, es decir: probar, su teoría. ([3])

Es que el pensamiento tradicional no aceptaba un agregado nuevo sin antes confirmar que “encajara” en forma armónica con lo ya existente. Esto, por supuesto, nunca significó que jamás se aceptara un pensamiento o un hecho nuevo. El conflicto se producía cuando lo nuevo era demostradamente cierto pero tenía tal alcance que obligaba a repensar todo o al menos buena parte de una cosmovisión ya aceptada como válida. Algo que, en ese caso, tenía que hacerse obligatoriamente para mantener la coherencia de toda la visión integral del cosmos.

Lo que sucede es que, en Occidente, el pensamiento tradicional responde a una matriz jerárquica “vertical”, a diferencia de un pensamiento que esencialmente explicativo que trata meramente de elucidar lo existente de un modo “horizontal” mediante especializaciones en compartimentos casi estancos teóricamente justificados en y por sí mismos. Para entender en qué consiste el pensamiento jerárquico podemos recurrir a un ejemplo algo metafórico y bastante imperfecto pero muy simple

Pregunta  : ¿Qué tiene de significativo un martillo?
Respuesta: Que con él se puede clavar un clavo.

Esto, que quizás no se entienda a primera vista, implica que la existencia de un martillo se vuelve significativa para una persona solamente si al martillo le da sentido algo (el clavo) ubicado en un  plano de existencia diferente al martillo en sí. Y esto es así porque, si no existiera el clavo, el martillo no tendría un propósito, la existencia del martillo no tendría sentido, no serviría para nada, nadie se tomaría el trabajo de fabricar martillos, y el pobre martillo dejaría de existir.

Dentro de este sistema de pensamiento, no existe, es imposible que exista, una configuración en la que – para seguir con nuestro pequeño ejemplo – el martillo exista para ser martillo, es decir, que exista simplemente por sí mismo y para sí mismo. Lo mismo sucede con el ser humano. La existencia del Hombre solo para y por sí mismo sencillamente no tiene sentido.  Por medio de la ciencia, una explicación “horizontal” de lo humano puede intentar dar respuesta a la pregunta de “cómo” pero jamás podrá ni siquiera aspirar a responder  la pregunta de “para qué” ha aparecido el Hombre sobre el planeta. La existencia horizontal profana puede tener una descripción; lo que no tiene es sentido. Y no lo tendrá jamás si no se la interpreta a través de la existencia vertical. En ausencia de una interpretación vertical jerárquica, cesa toda razón para la acción y hasta para la existencia misma mientras que la interpretación jerárquica de la existencia conduce necesariamente del fenómeno físico a la metafísica y de ésta a la teología.

El fracaso del materialismo dogmático


Sucedió, sin embargo, que al final de la modernidad el materialismo dogmático comenzó a advertir que se había metido en un callejón sin salida. Cada vez hubo – y hay – más científicos insatisfechos con una explicación meramente descriptiva de la realidad por más científicamente exacta y confiable que sea.  

Para citar un ejemplo de esto podemos mencionar que – si bien el darwinismo sigue siendo un verdadero dogma de fe, especialmente en el mundo académico anglosajón – el intento de explicar el “como” del origen de la vida y del Hombre mediante la teoría de Darwin y sus discípulos, poco a poco se está volviendo cada vez más cuestionable toda vez que hasta los más fanáticos evolucionistas deben admitir que nadie sabe qué ES – en realidad y concretamente – ese fenómeno que llamamos “vida”.

Una vida que solamente hemos conseguido describir en forma aproximada y la hemos manipulado dentro de ciertos límites, pero nunca la hemos podido crear en el laboratorio; nunca pudimos superar el hecho que la vida en el mundo real siempre surge de otra vida; nunca pudimos evitar la muerte cuando esa vida llegaba al final de su ciclo, siendo que hasta el día de hoy ni siquiera la entendemos del todo. Precisamente por eso es que resulta tan enormemente peligrosa la idea de manipular la vida. Pretender transformar a un ser vivo sin saber qué es la vida constituye una receta infalible para el desastre.

En la filosofía medieval la interpretación jerárquica de la existencia se extendía a todo y permeaba el pensamiento humano en todo, por lo que también se aplicaba al Hombre mismo. De allí que, en el esquema del pensamiento tradicional, el Hombre sólo podía considerar su propia existencia como significativa si podía verla en una relación jerárquica con otra existencia que trascendía y superaba lo humano. De allí el concepto del Dios Creador y la relación jerárquica entre el Creador y su creatura.

Dada la impotencia del materialismo dogmático en cuanto a explicar el “para qué” de la realidad, el lento pero progresivo resurgimiento de las concepciones jerárquicas amenaza cada vez más con derrumbar el edificio construido por la ciencia materialista, en el fondo tan intolerantemente dogmática como la más cerrilmente fanática de las religiones idolátricas. Este es el peligro que han avizorado los popes de la posmodernidad y, precisamente por eso, pregonan la necesidad de frenar este proceso de regreso a la coherencia jerárquica mediante la  “deconstrucción” total del pensamiento tradicional. 

La destrucción deliberada de la cultura jerárquica


Basta leer una de las frases más citadas de Derrida con la debida atención: “La época del signo es esencialmente teológica. Tal vez nunca termine. Sin embargo, su clausura histórica está esbozada.” Los resaltados son del autor.  ([4])

Es decir: si bien admite – quizás a regañadientes – que la referencia teológica a una jerarquía natural “tal vez” nunca termine, así y todo anuncia su “clausura histórica”.

No hace falta mucha perspicacia para darse cuenta que esa “clausura histórica” – con el concepto de “clausura” resaltado por su propio autor – no significa más que destrucción lisa y llana de todo lo que puede representar un resurgimiento del pensamiento jerárquico tradicional. Pero, para no utilizar el término “destrucción” que tiene demasiado sabor a “demolición deliberada”, se endulza el concepto mediante el eufemismo de “deconstrucción”. El truco, en todo caso, es bastante transparente: una cosa es demoler un edificio quitando pacíficamente ladrillo tras ladrillo hasta hacerlo desaparecer, y otra cosa bastante diferente es ponerle cargas explosivas y hacerlo colapsar en cuestión de segundos en medio de un tremendo estruendo y una nube de polvo visible por kilómetros a la redonda. El impacto en el observador es obviamente diferente. El resultado, sin embargo, es el mismo.

Lo esencial es que – aun cuando sobreabundan los fenómenos de decadencia – ya no se apuesta a la decadencia de Occidente en el sentido que le dio Spengler en su momento. La apuesta de la postmodernidad es a la destrucción de lo poco que queda del Occidente auténtico para que una cosmovisión coherente basada en jerarquías y méritos no pueda volver a surgir.

El posmodernismo se dio cuenta de que todo el patrimonio metafísico y teológico de la cultura occidental es incompatible con la cosmovisión científica del materialismo dogmático.  En consecuencia, las categorías de valores que antes se pensaban evidentes e indispensables – como, por ejemplo, que la vida humana necesariamente debe tener un significado – simplemente no deben ser válidas y se declara autoritativamente que una persona "libre" es aquella que se inventa y se crea a sí misma, siendo que existe en y para sí misma.

El pensamiento científico materialista, según su motivación más íntima, no puede conceder de ningún modo que, para una comprensión realmente completa de la realidad, sencillamente no basta con considerar tan solo lo medible, lo visible, lo tangible, lo deducible de observaciones anteriores o, lo que es mucho más peligroso, lo deducible de deducciones anteriores que terminan constituyendo teorías no solo indemostradas sino indemostrables. Es bastante obvio que eso solo no es suficiente. Pero así y todo, el dogma científico materialista, por cuestiones más ideológicas que estrictamente científicas, pretende tener la capacidad – actual o, dado el caso, futura ([5]) – de tomar posesión de todo, inclusive del ser humano. Con esa pretensión, que niega la esencial sacralidad de la vida, el dogma científico vigente no tiene mayor impedimento para creer en la posibilidad de la recreación arbitraria del hombre, y esto no es más que el transhumanismo mismo.

El mito del “Hombre Nuevo”


Desde el siglo XVII las ideologías herederas de las filosofías subyacentes a la Revolución Francesa, hablaban de la propuesta de construir sociedades más o menos utópicas para las cuales proponían cambiar al ser humano y lograr un supuesto “Hombre Nuevo”. Todas ellas, desde el liberalismo, el socialismo e incluso el anarquismo, apostaban por la educación y el mito de la infinita educabilidad del ser humano para lograr esta pretendida transmutación del Hombre real en el Hombre Nuevo imaginado.

Después del colapso de la URSS, en dónde prácticamente tres generaciones enteras fueron educadas en un ambiente de ideología rígida y  adoctrinamiento sistemático dispuesto deliberadamente para inculcar en millones de personas los principios del materialismo dialéctico, la intelligüentsia postmoderna tuvo que admitir que el método del adoctrinamiento pedagógico no produce resultados confiables. Las escuelas soviéticas y las alineadas con la filosofía marxista no solamente no fabricaron al famoso “Hombre Nuevo” sino que ni siquiera consiguieron cambiar en forma sustancial las características etnoculturales del “Hombre Viejo”. En la Rusia actual, no por nada los críticos de Putin lo asimilan más a un Zar que a un Lenin. ([6]) En una, o como máximo en dos generaciones más, los efectos de todo el adoctrinamiento ideológico y cultural  marxista habrán desaparecido de la sociedad rusa.

A través de éstos y parecidos fenómenos en todo el planeta, el posmodernismo ha entendido, aunque más no sea implícitamente, que lo de la infinita educabilidad del ser humano, tal como se la imaginaba Rousseau y los pedagogos liberal-marxistas posteriores, no es más que un mito. La educación sirve y debe servir para transmitir conocimiento. El querer utilizarla como herramienta de adoctrinamiento ideológico para la fabricación de un utópico “Hombre Nuevo” es una tarea condenada al fracaso. En consecuencia, lo que los profetas del posmodernismo se proponen – siguiendo en esto la observación de Gramsci que la revolución cultural siempre precede a la revolución política – es la deconstrucción de la cultura misma como fuente de valores y normas compartidas por toda la sociedad.

Así el objetivo, expresado en la forma más breve posible, consiste en dejar a la civilización huérfana de cultura ([7]) en una primera etapa para luego, en una segunda etapa, crear, una cultura diferente, sintonizada en forma perfecta con una tecnología carente de auténticos valores éticos y morales. Con una cultura atada a, y justificada por, una civilización hegemónica y dogmáticamente materialista, se afirma que sería posible actuar sobre el Hombre, pero ya no tan solo por la vía de la mera educación y la manipulación psicológica del aparato mediático, sino actuando en forma directa sobre la estructura psicofísica del ser humano para lograr, lisa y llanamente, su completa deshumanización.

Mirando más allá de la retórica romántica que los anunció, no es muy difícil descubrir el verdadero objetivo de la propuesta de los “Hombres Nuevos”. Se trató siempre de una especie de intento de “fabricación en serie” de personas unánimemente adictas a una determinada cosmovisión y, por lo tanto, totalmente subordinadas a la ideología, al sistema, y al régimen en el cual esa cosmovisión pretendía cristalizar. ([8]) Hoy la cuestión es muy diferente. Ya no se trata de convencer a las personas acerca de las bondades de determinada cosmovisión o ideología; ahora se trata de manipularlas para que acepten voluntariamente ciertas innovaciones aparentemente placenteras o ventajosas – o ambas cosas – para luego, desprovistas de una columna vertebral cultural sólida que les organice su conocimiento y su pensamiento alrededor de valores éticos y morales sólidos, acepten cualquier condición necesaria para prolongar esos placeres y esas ventajas en el tiempo.

La transhumanización


Claus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial de Davos y miembro del Club Bilderberg , pone esto en el contexto de una Cuarta Revolución Industrial ([9]) y un “Great Reset” (Gran Reinicio) que deberá conducir “… a una fusión de nuestra identidad física, digital y biológica”. Esta “fusión” no demasiado clara, significa concretamente instrumentar una tecnología capaz de operar en contextos biológicos con funciones de control y/o modificación del comportamiento de sus sistemas.

En otras palabras y referido a lo humano: modificar nuestro sistema biológico mediante componentes digitales físicamente implantados para lograr el control de determinados procesos fisiológicos y posibilitar la programabilidad de comportamientos prediseñados. En pocas palabras de esto trata el transhumanismo: de lograr un “Hombre Nuevo” convirtiendo al existente en un ciborg. ([10])  Para ello, según Miklós Lukács que ha estudiado el tema a fondo, el objeto del transhumanismo es lograr un “Neo ente” mediante “la aplicación de tecnologías como la inteligencia artificial, la biotecnología, la nanotecnología, la robótica y las ciencias de materiales”.  ([11])

¿Suena a ciencia-ficción? ¿Suena a teoría conspirativa? Ni lo uno ni lo otro; si bien la propuesta transhumanista tiene ribetes de utopía científica y se transmite con una respetable dosis de ingeniería comunicativa, todo es perfectamente racional y no tiene gran cosa de secreto. Sabemos qué se pretende hacer, sabemos quiénes lo impulsan, sabemos qué empresas se dedican a ello, sabemos cuáles son los proyectos en curso, sabemos con qué tecnología se está experimentando. En realidad, si analizamos la propuesta transhumanista a fondo, la enorme mayor parte de lo que no sabemos no lo saben tampoco los involucrados en el proyecto.

En primer lugar, no sabemos si la utopía es posible en absoluto y, en el caso en que lo sea, cuáles son sus límites. Algunas cosas no son utópicas por la sencilla razón de que ya las estamos haciendo. Por ejemplo, un marcapasos es un dispositivo no-biológico que produce impulsos eléctricos que regulan un órgano biológico: el corazón humano. Mediante un implante, ya es posible conectar un transductor electrónico directamente al nervio auditivo con lo que personas sordas pueden oír. De modo que el transhumanismo no se basa completamente en utopías, muchas cosas ya se hacen pero nadie sabe dónde está su límite. ¿Hasta qué punto se puede convertir un ser humano en un ciborg sin destruirlo; hasta qué punto es posible manipular su biología sin que todo el sistema vital colapse y el individuo muera?


En segundo lugar, lo otro que nadie sabe son las consecuencias de algunas posibles implementaciones. La pregunta aquí ya no es si el sujeto muere o no. La tragedia que podría llegar a ocurrir por las consecuencias del manipuleo es mucho peor que la muerte que, por más trágica que sea, en última instancia es el fin inevitable de todo ser vivo. Como consecuencia de un proceso de transhumanización ¿en qué punto y hasta qué punto un ciborg dejaría de ser humano? Porque un ciborg que dejara de ser humano ya no sería un ciborg. Sería un robot. Y hay muchas razones para sospechar que, en el fondo y a largo plazo, ese puede ser el objetivo de mucha gente con mucho poder.

Generalmente se aclara que ciborg y robot no son lo mismo. Técnicamente es cierto. En principio, un ciborg es un organismo vivo con elementos cibernéticos agregados; un robot es una máquina cibernética construida íntegramente de materia inorgánica. Pero en cuanto a su funcionalidad, su comportamiento y su razón de ser hay zonas grises que no están para nada claras. Lo mejor que podemos hacer para ilustrar esto es comparar las reglas que – en teoría – deberían regir el comportamiento de un ciborg con las que se han elaborado para el de los robots.

Según Zoltan Istvan Gyurko ([12]) las tres leyes que deberían regir el transhumanismo son:

1.   Un transhumano debe salvaguardar la propia existencia por encima de todo.

2.   Un transhumano debe esforzarse por lograr la omnipotencia lo más rápidamente posible, siempre que las acciones de uno no entren en conflicto con la Primera Ley.

3.   Un transhumano debe salvaguardar el valor en el universo, siempre que las acciones de uno no entren en conflicto con la Primera y Segunda Ley.

Si bien es cierto que este autor no proviene exactamente del ámbito científico (en realidad su libro es una novela), basta comparar sus 3 definiciones con las 8 establecidas en la llamada “Declaración Transhumanista” para ver que refleja sumamente bien la iniciativa de los científicos que desarrollaron la idea. ([13])

Pero lo más interesante es comparar estas reglas con las tradicionales leyes de la robótica establecidas mucho antes por Isaac Asimov:

1.  Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños.

2.  Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.

3.  Un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o Segunda Ley  ([14])

Más tarde Azimov modificó la primera ley con una redacción más genérica:

1.  "Ninguna máquina puede dañar a la humanidad; o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daños". ([15])

Unos 36 años más tarde Azimov agrega una “Ley Cero” y reescribe las otras tres como subordinadas a la misma.

0.  “Un robot no puede dañar a la humanidad o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daños. ([16])

Es interesante analizar las sucesivas modificaciones. Según la primera regla de 1941, un robot no podría, por ejemplo, hacer la amputación quirúrgica de un miembro humano gangrenado, ni podría tampoco permitir que la haga un cirujano. En ambas situaciones el robot estaría ante el caso de “dañar a un ser humano” o, “permitir que un ser humano sufra daños”. Que el “daño” sea necesario para salvarle la vida al amputado es algo estaría más allá de la capacidad de discernimiento de un robot.

Por consiguiente, un ciborg que dejó de ser humano y un robot tendrían la misma limitación que obligó a Azimov a modificar dos veces sus leyes, las cuales trataron de adaptar los transhumanistas haciéndolas más genéricas y ambiguas. El escollo es el discernimiento entre varias opciones posibles en la toma de una decisión que resuelve un problema. De hecho, si hay más de una forma de resolver una cuestión, ¿qué criterio debería adoptar un ciborg o un robot mecánico para decidir la aplicación de una solución y no cualquiera de las otras igualmente posibles?

La Inteligencia Artificial

Pues, sucede que en la resolución de este dilema hace varias décadas que se está elaborando un método: se trata de la “Inteligencia Artificial” que, a esta altura de su desarrollo, parece haber madurado lo suficiente como para hacerla accesible al público en general, aunque más no sea para que todos nos vayamos acostumbrando a la idea.

Por el momento la inteligencia artificial al alcance del gran público es más artificial que inteligente. Con un poco de ingenio, no es muy difícil llevar las aplicaciones actuales ([17]) a cortocircuitarse en un círculo vicioso al tratar de responder a las preguntas que uno les hace. ([18]) Por otra parte, las aplicaciones que hoy se venden como de Inteligencia Artificial no son sino “juguetes” digitales en su gran mayoría. Las que superan este nivel, están todas cuidadosamente sintonizadas para dar respuestas “aceptables” según los cánones de las ideologías cultural y políticamente hegemónicas.

No obstante hay que saber que la Inteligencia Artificial, como técnica, no es un juguete en absoluto. No lo es, porque es una tecnología capaz de “aprender”. Y permítanme dar algunos ejemplos.

Cuando salieron las primeras computadoras caseras, allá a fines de la década de los 1970 y principios de los 1980, pude maravillarme jugando al ajedrez contra mi flamante Commodore 64 cargando el programa Sargon. (Los que trabajan en informática no se rían por favor). Para un ajedrecista novato como yo no era fácil ganarle al Sargon pero, a veces, lo conseguía. Más tarde, con el SargonII y la Commodore 128 ya fue muchísimo más difícil. ([19]) Hoy a la aplicación de ajedrez Stockfish no le ganaría ni consultando un manual de partidas famosas explicadas.  ([20]) Pero aparte de recordar cosas de los “buenos viejos tiempos” informáticos de hace 40 años atrás, la moraleja de esta historia es que las aplicaciones de Inteligencia Artificial pueden “aprender” y con ello ir perfeccionándose en el tiempo. Una aplicación programada para ser un simple juego, no solo sirve para “amigar” a las personas acostumbrándolas al uso de una tecnología nueva y “divertida”, sino para ir mejorando los algoritmos del programa a medida en que van surgiendo las cuestiones que emergen de su uso.

Otro ejemplo de esto son los programas traductores. La primera vez que se me ocurrió experimentar con una de estas aplicaciones – allá por la época del Windows 3.1 – la traducción del castellano al inglés de la frase: “Pase nomás y tome asiento” dio por resultado: “Pass no more and drink a seat”. Cuando quisimos traducir “Avenida Perito Moreno 800, Ushuaia; Tierra del Fuego”, nos dio: “The downfall of the Brown Expert 800, Ushuaia, Land of the Fire”.

Acabo de poner estas mismas frases en el traductor de Google y me dio, para la primera: “Just come in and take a seat”; y para la segunda: “Avenida Perito Moreno 800, Ushuaia; Land of Fire“. Como ven, no se puede decir que la inteligencia artificial es un mal alumno. En unos 30 años evidentemente aprendió un montón…  

¿Hasta dónde es posible hacer “evolucionar” un programa de Inteligencia Artificial? La respuesta exacta no la tiene nadie. Pero imaginemos tan solo el módulo de control de un ciborg (o incluso de un robot) con inteligencia artificial integrada y una capacidad de desarrollarse de la misma manera en que se desarrolló el juego de ajedrez para computadoras desde el primitivo Sargon hasta el actual Stockfish.

Tengámoslo presente: hacia mediados y fines de los años 1950 un gerente de IBM pronosticó que las computadoras jamás sabrían jugar al ajedrez. En 1996/97 la computadora Deep Blue y su sucesora Deeper Blue construidas y programadas justamente por IBM, le ganaron partidas al gran maestro Gary Kaspárov. ([21]) Y las computadoras actuales tienen una capacidad de procesamiento infinitamente superior a las del fin del Siglo XX.

Conclusión

Hemos recorrido un camino (bastante tortuoso) desde el postmodernismo, pasando por el transhumanismo hasta las aplicaciones digitales de la inteligencia artificial.

La “deconstrucción” deliberada de nuestra cultura posibilita la alteración y el “reseteo” de los conceptos filosóficos, metafísicos, morales y religiosos tradicionales, volviendo aceptables comportamientos y prácticas que la cosmovisión tradicional de Occidente ha venido rechazando desde hace más de 2.500 años.

Las tecnologías aplicables en los experimentos del transhumanismo posibilitan el control de organismos biológicos para hacerlos responder a determinados estímulos con comportamientos previamente programados y automatizados.

Y por último, mediante los módulos de cibernética con inteligencia artificial incorporada a los módulos de control implantados en organismos humanos, se abre la posibilidad de dotar de la capacidad de toma de decisiones inteligentes a dichos módulos, favoreciendo determinados comportamientos y bloqueando otros considerados indeseables.

El panorama a futuro que se abre considerando estos elementos parecería ser macabro; sería algo así como la posibilidad de una robotización de todos los seres humanos que no pertenezcan a una selecta élite autoelegida y detentadora del poder real. Ciertamente, el análisis permite prever una distopía de ribetes apocalípticos. Pero esa conclusión no es la única posible.

El ejemplo del marcapasos; las prótesis actuales que permiten sustituir con elementos mecánicos extremidades inferiores y hasta superiores dañadas en un accidente; “chips” implantados que permiten oír a los sordos y los desarrollos que permiten ver a los ciegos ([22]); y cientos y hasta miles de otras instrumentaciones posibles de la tecnología cibernética; todos estos avances no pueden ser evaluados a priori como negativos.

Por otra parte, surge también la pregunta de orden práctico: ¿Se puede detener el avance de la tecnología? La Historia nos enseña que no. Para luchar contra la mecanización de la industria se dice que un inglés de nombre Ned Ludd rompió, hacia 1811, un montón de máquinas textiles y dio inicio a un movimiento llamado “ludita” que se opuso a todo el maquinismo de la primera Revolución Industrial rompiendo las máquinas. Demás está decir que el movimiento fracasó. Otro conocido caso se dio al inicio de la era del ferrocarril. Un defensor de los carruajes a caballos profetizó que los trenes nunca suplantarían al carruaje porque la velocidad máxima que soportaría el cuerpo humano era – según él – de 60 km/h. Hoy circulan trenes a 400 km/h en Europa. La tecnología, si es útil, resulta indetenible. Y, si es rentable, muchas veces se impone aun cuando sea nociva porque la propaganda comercial la convierte en atractiva y la codicia logra hacerla aceptable.

¿Cuál es la solución entonces? La de la estrategia práctica que nos dicta la experiencia diciéndonos que a los males hay que cortarlos de raíz porque, de otra manera, de una forma u otra siguen  creciendo.

La raíz de la posibilidad de que el desarrollo tecnológico desemboque en una ucronía apocalíptica está en las primeras estaciones del camino que acabamos de recorrer. Por de pronto tenemos que darnos cuenta de que el problema no reside en la tecnología en sí sino en su posible aplicación. Utilizar elementos cibernéticos para aliviar desgracias y posibilitar restauraciones en órganos afectados no es algo malo. Desarrollar módulos de inteligencia artificial para facilitar los procesos de tomas de decisión puede permitir, entre otras cosas, la creación de puestos de trabajo para muchísima gente con problemas para capacitarse en tecnotrónica, del mismo modo en que la línea de montaje instaurada por Henry Ford le dio trabajo a una enorme cantidad de gente simple, sin una gran preparación educativa, con operaciones que se aprendían directamente en la fábrica misma.

¿Dónde está pues la raíz a arrancar? Está en la deconstrucción cultural que altera nuestros valores y destruye virtudes y principios. Y está también en la forma de enfrentar esa demolición; porque no basta con tan solo “oponerse” en términos generales. Hay que encontrar la forma de resistir.

No se puede – ni nos conviene – tratar de frenar o limitar el desarrollo tecnológico. No se puede – ni nos conviene – tratar de frenar el desarrollo de la inteligencia artificial mediante leyes restrictivas. No se puede – ni nos conviene – tratar de ponerle límites a la inventiva del ser humano.

Lo que sí se puede – y nos conviene – es ponerle límites severos a la codicia, al hedonismo, a la corrupción, a la irresponsabilidad, al egoísmo y a la egolatría, al materialismo, al utilitarismo extremo, al ateísmo dogmático, a la vulgaridad, a la hipocresía, al acceso al poder político de ineptos, inútiles, corruptos e hipócritas. Y para lograrlo podemos – y debemos – utilizar las herramientas que justamente la tecnología pone a nuestra disposición

No dejemos de considerar una gran verdad: todas las grandes revoluciones, todos los cambios revolucionarios, fueron – para bien o para mal – fenómenos posteriores a una revolución cultural previa. La Historia nos enseña bien claramente que La Revolución Cultural precede a la Revolución Política. Precisamente por eso, el proceso actual se alimenta de la demolición deliberada de todos nuestros valores culturales tradicionales. Quienes impulsan la deconstrucción de los valores culturales de Occidente lo hacen en forma deliberada sabiendo perfectamente que, demoliendo nuestra cultura, toda nuestra civilización queda a merced de cuanto cambio se les ocurra o les convenga a los actuales detentadores del poder global.

Hay que usar las herramientas disponibles para dar la guerra cultural. Entre ellas, probablemente la principal – o al menos la más útil y masiva de todas – es Internet con sus redes sociales, sus sitios de publicación de páginas, sus “chats” y sus múltiples vías de comunicación y posibilidades de intercambio de documentos. Hay que aprovechar estas posibilidades a fondo, en parte para reivindicar los auténticos valores y las auténticas virtudes de nuestra cultura, pero en parte también para dejarles a todos los que comparten estos valores y estas virtudes el mensaje de que no están solos. Así como cuando compramos un automóvil debemos aprender a manejar, de la misma forma cuando compramos una computadora debemos aprender a usarla a fondo para aprovechar todas sus posibilidades. Si no lo hacemos, una computadora no nos será más útil que una paloma mensajera.

Y por supuesto que Internet no es lo único. El compromiso personal, el involucramiento personal y la capacitación de uno mismo importan mucho. Es más: sin eso Internet y todos los recursos de comunicación actuales no servirían para nada. Una herramienta no será nunca mejor ni más efectiva que la persona que la usa.

Son las personas; es la voluntad de las personas, su entusiasmo, su sentido del deber y su pasión por las grandes batallas, lo que mueve las ruedas de la Historia.

No seamos una simple oposición; seamos la resistencia con la voluntad de librar todas las batallas para ganar la guerra cultural.

Porque no se trata de una batalla. Hoy ya se trata de una guerra.

Una guerra que tendrá muchas batallas.





[2] )- Y que sobrevivió en alguna medida incluso hasta la Ilustración y la modernidad

[3] )- Dejemos ahora aparte el hecho que Galileo nunca fue encarcelado por sus ideas ya que el papa mismo conmutó la sentencia. Lo peor que le pasó fue pasar un tiempo como invitado de su amigo el arzobispo de Siena y luego quedar en arresto domiciliario en su villa de Toscana durante sus últimos años.

El papa Juan Pablo II pidió una revisión sin prejuicios de las teorías de Galileo 1979. La comisión nombrada al efecto terminó su trabajo con un dictamen según el cual Galileo no presentó nunca argumentos científicos válidos para demostrar efectivamente la teoría heliocéntrica. Esa conclusión fue en su momento compartida por el entonces cardenal Ratzinger y hasta por el filósofo anarquista Paul Feyerabend.

[4] )- Jacques Derrida “De la Gramatología” - (Traducción de O. Del Barco y C. Ceretti en Siglo XXI, México, 1998. Edición digital de Derrida en castellano.)

[5] )- La pretensión de la ciencia de poder abarcar mañana lo que no puede explicar hoy no es más que una manifestación de fe bastante similar a la de cualquier fe religiosa. Y esto es porque la fe, como fenómeno intrínsecamente humano, sigue estando presente en el pensamiento occidental a pesar de todas las negaciones al respecto, por lo que se puede decir sin temor a error que hasta un ateo militante tiene una fe indestructible, pero no en la existencia sino en la inexistencia de Dios.

[6] )- ¡Y eso que estamos hablando de una persona adiestrada por la KGB!

[7] ) Entendiendo por civilización al producto de la tecnología alimentada por las ciencias “duras” y cultura al entorno de valores y normas morales creado por las disciplinas “humanísticas” y artísticas.

[8] )- Cf. Por ejemplo, Los pronósticos metafóricos de George Orwell, “1984” y “Rebelión en la Granja” o bien Aldous Huxley, “Mundo Feliz” y varios otros.

[9] )- La secuencia propuesta varía según los autores pero, en términos generales las llamadas “Revoluciones Industriales” se clasifican en:

1ª Revolución Industrial: Vapor, acero, mecanización, hidráulica.

2ª Revolución Industrial: Electricidad, línea de montaje, producción masiva

3ª Revolución Industrial: Automatización, control digital programable, miniaturización.

4a Revolución Industrial:  Cibernética, nanotecnología, biología, robótica humana.

[10] )- De “cib” – por cibernético y “org” por organismo. (O bien Cyborg en inglés)

[11] )- Cf. Miklós Lukács de Pereny:  Neo entes”, Ed. Hojas del Sur, 2023, ISBN13

9789878916606

[12] )- „The Transhumanist Wager” (2013) – Cf. https://zoltanistvan.com/ y https://zoltanistvan.com/the-transhumanist-wager/

[13] )- La Declaración Transhumanista fue elaborada originalmente en 1998 por un grupo internacional de autores: Doug Baily, Anders Sandberg, Gustavo Alves, Max More, Holger Wagner, Natasha Vita-More, Eugene Leitl, Bernie Staring, David Pearce, Bill Fantegrossi, den Otter, Ralf Fletcher, Tom Morrow, Alexander Chislenko, Lee Daniel Crocker, Darren Reynolds, Keith Elis, Thom Quinn, Mikhail Sverdlov, Arjen Kamphuis, Shane Spaulding y Nick Bostrom. Esta Declaración ha sido modificada a lo largo de los años por varios autores y organizaciones. Fue adoptada por la Junta de Humanity+ en marzo de 2009.

La declaración completa actualizada (en inglés) puede consultarse en: https://www.humanityplus.org/the-transhumanist-declaration

La misma declaración puede consultarse en español en:
https://transhumanismo.org/declaracion/  - Téngase presente, sin embargo, que la versión en español NO CONCUERDA con la versión inglesa, por lo que es interesante constatar que existe una notable vaguedad en las definiciones que, obviamente, permite diferentes interpretaciones según las necesidades políticas y culturales del momento, sin alterar demasiado los mismos objetivos y reglas generales.

[14] )- “Círculo vicioso” (Runaround en inglés) Isaac Asimov (1941).

[15])- “El conflicto evitable” (The Evitable Conflict en inglés), Isaac Azimov (1950)

[16])- “Fundación y Tierra” (Foundation and Earth en inglés) Isaac Asimov,(1986)

[17] )- P.Ej. El ChatGPT, o el reciente Gemini de Google y hay docenas de otras aplicaciones como p.ej. Murf, Craiyon, Jaspe, Deep Dream, Sythesia, Night Café, etc. etc.              

[18] )- Por ejemplo, de las programadas para resolver preguntas del usuario muy pocas son capaces de salir airosas si uno las somete a La Prueba de los Cinco ¿Por qué? Y de las que pueden resistir esa prueba en un tema específico, prácticamente ninguna responde satisfactoriamente si uno trata de llevarlas a un tema que puede llegar a dar lugar a respuestas “políticamente incorrectas”.

[19] )- Ver la gran variedad de juegos de ajedrez que existió ya en aquellos “tiempos heroicos” de la computación casera en: https://foro.chesscc.com/viewtopic.php?t=72

Si desean juguetear un poco con un emulador y juegos para la Commodore 64 descarguen el archivo de: https://www.mediafire.com/?aatdcudw4hc2xw5

[20] )- En la actualidad, Stockfish es uno de los módulos de ajedrez más fuertes que está disponible para el público. Al ser un módulo de código abierto, toda una comunidad de personas está ayudando a desarrollarlo y mejorarlo. Pueden descargarlo gratis de https://stockfishchess.org/